domingo, 4 de septiembre de 2011

Hoy tenía ganas de llorar

Íbamos de paso, sin intención de nada, cuando un letrero amarillo atrajo nuestra atención. Una linda librería, que visité algunas veces anunciaba su cierre y sus ofertas de liquidación. Paulino cambió la marcha y llegamos ahí los cinco, mis hijos, mi esposo y yo, a la libreria. Estaba muy cambiada de la última vez que fui: los estantes estaban con libros marcados con etiquetas amarillas y rojas, con descuentos sobre descuentos. Se leía 60, 70 u 80% menos. Todos los muebles, incluso los de oficina y de su pequeña cafetería también estaban puestos a la venta.
La gente no paraba de llegar y de buscar entre los anaqueles (muchos de los cuales ya estaban vacíos) libros, juegos, calendarios, revistas, juguetes...
Luego me entró un sentimiento feo. Mi estomago que ya venía enfermo se revolvio, y mi garganta se hizo nudo. Ver a tanta gente ahí, interesada en los libros, y ver la librería tan urgida de irse me provocaron rabia y dolor. Por qué cierran las librerías si deberían de seguir con todo y las kindle, las ipad y las nook.
Lo digital no debería de estar peleado con lo impreso, y menos aún con la experiencia única que se vive en las librerías, desde hojear un libro y escuchar un cuentacuentos, hasta conocer personalmente a un autor, o simplemente disfrutar un café junto con tu lectura favorita.
Ya de por sí la vida se ha vuelto muy sedentaria resolviendo todo en línea, sin salir de casa, sin vivir la experiencia.
Pues sí, lloré. Sólo un poco, y paré. En cuatro años que tengo aquí no he visto que habran nuevas, y sí han cerrado por lo menos tres. De por sí los títulos en español son escasos, y con estas ayudas creo que no me quedará más remedio que leer en inglés, si es que siguen en pie las librerías y no las ahoga la boga.
Los cinco recorrimos toda la librería muchas veces. Después de un rato encontramos un raquítico estante en español y de ahí tomé Una vida con propósito de Rick Warren, La bruja de Portobello de Coelho (no es mi autor favorito, pero quería darle otra oportunidad), Escuela para padre de Danielle Laporte (últimamente me traen loca los hijos), El arte de la resurrección de Hernán Rivera Letelier (no le conozco, pero su libro promete)y me quedé con las ganas de un libro de Carlos Fuentes.
Quien me iría a decir hace tres lustros que los discos y los libros como los conocíamos serían vetustos, y se cargarían por millares en archivos portátiles.
Extraño mis libreros, mis libros inacabados, mis cuentos, aunque ahora, después de mucho tiempo, gozo un libro, tan anticuado como pueda ser, con sus páginas amarillentas, con el separador de papel y mis secretas confidencias.
Claro! no rechazaría un kindle.

nmac

2 comentarios:

mayu dijo...

que bonito y triste a la vez. Comparto tu opinión, el libro y el sudor de mis manos transferido a esas páqinas mágicas que me hacen volar a pesar del peso del libro, no tienen comparacion, esa quimica entre el papel y la piel es irremplasable. Por mi parte coleccione libros de arte para tenerlos a vista cuando mi vida necesita un poco de magia visual. El ultimo que me compre fue justamente en esa libreria de liquidacion por $10 costo que no cubre ni la tinta en la que esta impreso.

Nancy Águila dijo...

Así es amiga. En verdad es una pena perder esos espacios, que acumulan tantos tesoros que cobran su valor al ser leidos. Como a ti te pasa con los libros de arte, yo experimento algo similar con una antología poética de Jaime Sabines, un autor chapaneco que logra reanimarme con su obra poética.