Solo camina Javier. Después de un año y ocho meses de su nacimiento, ya me comenzaba a preocupar, pero desde ayer, sin motivo aparente y con la intención de usar sus piernitas, andó andó y andó...
Hoy se la ha pasado caminando por toda la casa. Se ríe, se cae, se levanta y vuelve a andar. Solo lo para a veces Juan Pablo. Lo ve, lo avienta, el gordito hace berrinche, pero al rato, ya que se le olvida se pone de pie y vuelve a sonreir... y a andar.
Alejandro lo ignora. Se ocupa más bien en chuparse el dedo, esculcar la mesa del comedor y pelear con Juan Pablo. Que ya camine su hermano aún no le significa nada, ya lo resentirá cuando su gemelo se defienda con mayor destreza de sus travesuras.
Javier toma su cobija, esa que fue de Juan Pablo, y que la hizo con sus manos mamá Nena. Se ha convertido en su mayor debilidad. Esa cobija es arrastrada todos los días, por toda la casa, y le sirve de cama ambulante a cualquier hora y lugar.
Solo la deja para bañarse. Nunca perdona dormir sin ella, y sólo con ella lo puedo consolar fácilmente.
En las noches se tapa la cara con ella, y por las mañanas le acompaña a la hora del desayuno y las siestas. Muchas durante todo el día.
Alejandro, por el contrario, entre menos cosas traiga encima, mejor. Sólo a veces carga su cobertor, muy pesado, y chupa su dedo, manía heredada después de privarlo del biberón.
Su cama-cuna se ha convertido en una geografía pequeña. Toda la noche se da muchas vueltas e involuntariamente pelea con la cabecera. Aunque haga frío echa las sábanas al lado y le gusta solo encimarse a ellas. Odia que lo despierten o lo cambien de posición. No le importa estar de cabeza, con las nalgas hacia arriba, hincado, con las piernas colgando fuera de la cama, solo quiere dormir como a él se le antoje.
Y Juan Pablo, tan miedoso aveces. Tan dependiente de mamá y papá para dormir, se duerme a sus anchas en su cama queen, siempre abrazado de su perro de peluche, y al igual que Alejandro, peleado con las sábanas.
Ha hecho su ritual despertar en las madrugadas y visitarnos en el cuarto a su papá y a mí. Cuando su sueño le alcanza para toda la noche, muy de mañana llega con nosotros, en más de alguna ocasión, acompañado de alguno de sus hermanos.
Si es el primero en ponerse de pie, despierta a sus hermanos. No le gusta estar despierto, solo. Ni le guste que nadie, -ni hermanos, ni mamá y papá- se duerman en el día si él está despierto.
Ya son las 3:21 p.m., el caldo hierve, Paulino está por llegar, y la comida es reclamada por los cuatro hombres de mi vida.
Mole ranchero, sopa de arroz y fideos, el menú de hoy. La cena... luego les cuento.
n.m.a.c
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